Arranquemos por un sinceramiento. ¿Te gusta comer asado, estás de acuerdo con mandar los chicos a la escuela y de vez en cuando le entrás a un alfajor Havanna? Enterate: toda la vida fuiste de derecha. ¿Lo sabías? Claro que no. Entonces, si nada sabés de tu propia historia, ¿cómo pretendés decir que sabés algo de la historia de este país?

Precisamente, ahora que estamos transitando la Semana de Mayo se hace indispensable exorcizar el 25, para que la celebración que conmemora al primer gobierno criollo deje de estar contaminada por una de las noticias falsas que más ha envenenado la mente ciudadana. Hay que desterrar de esa fecha la malintencionada mentira de que una muchedumbre se congregó frente al Cabildo de Buenos Aires en 1810 al clamor de: “el pueblo quiere saber de qué se trata”. Nunca pasó tal cosa. Es, como supiera decir la ex Presidenta, “bad information”.

Depuremos el asunto haciendo cuentas. Según el censo de 1810, en la metrópoli colonial porteña, donde el poder sólo era un asunto masculino, había unos 14.700 varones. De estos, casi 4.700 eran africanos. De los 10.000 restantes, la mitad tiene menos de 20 años. Pero de los 5.000 adultos, unos 600 son ingleses, portugueses o de otras regiones de Europa (distintas que España, Italia y Francia). Así que tampoco se agolparon frente al edificio público. Menos deben haber estado la casi totalidad de los brasileños, chilenos, mexicanos, paraguayos y peruanos que, junto con otros “americanos sin especificación”, suman unos 1.000 más.

Quedan entonces unos 3.400, pero de estos, la mitad proviene de las más diversas provincias unidas del Río de la Plata, así que es más que probable que tampoco acudieran al Cabildo. Por ejemplo, los 110 cordobeses censados seguramente protestaron que la Revolución no se realizara en su provincia. Los 26 correntinos deben haber renegado de que se repartieran escarapelas en lugar de mates. Y ni hablar de los 36 mendocinos: ya entonces deben haber querido separarse de lo que fuera que sobreviniera al virreinato. Quedan unos 1.700 porteños, pero la cifra real no es tal: muchos estaban en la expedición auxiliadora del Alto Perú.

Entonces, la famosa Revolución de Mayo debe haber tenido menos gente que una fiesta en Ticucho. Y en ese contexto, resulta altamente posible que uno de los 21 tucumanos censados haya pasado por ahí (el 25 de Mayo de 1810 cayó viernes y su cuerpo lo sabía) buscando parranda. Vio gente y debe haber preguntado: “¿qué? ¿es un baile? ¿qué?” (cómo descubrió el semiólogo Miguel Martín, el tucumano es un dialecto capicúa…). Y por tras de ese desubicado se armó un mito que carcome la unidad de los argentinos: la de que somos, genéticamente, personas predispuestas a indagar qué hacen los gobernantes. Basta ya. Queda probado, en términos históricos, demográficos y estadísticos que andar preguntando qué hacen las autoridades es de trasnochados…

La cura contra el enfrentamiento

Por fortuna (este sí que es un país con suerte), tenemos un gobierno decidido a terminar con esta leyenda de que somos una colectividad de entrometidos; y, así, desterrar una falsa creencia que nos ha condicionado y enemistado durante generaciones.

Algún día, la Historia juzgará a esta gestión y probará que buscó estatuir como política de estado, en medio de la peor pandemia del último siglo, la cura contra el germen del enfrentamiento social argentino. Para eso el kirchnerismo quiere modificar la ley de designación del Procurador General de la Nación y lograr que al jefe de los fiscales se lo elija en la Cámara Alta no con una mayoría agravada (el consenso de oficialistas y opositores en torno de una figura), sino la simple mitad más uno de los presentes (demanda la mera voluntad kirchnerista). Si los “K” pudieran poner a su propio jefe de los fiscales de la Nación, ya nadie andaría tratando de averiguar de qué se trata lo que hace el Gobierno. Y ese sería el fin de la discordia. Así que no están buscando garantizar en el Congreso la impunidad del funcionariado kirchnerista: están pacificando la Argentina...

La transparencia enferma

Si a este país no lo hubieran envenenado con eso de que cualquiera es “gente”, pero “pueblo” sólo es quien quiere saber “de qué se trata” cada decisión del Gobierno, seríamos una nación sin tantos conflictos. E integraríamos una región más armónica.

Nuevamente, el Presidente, haciendo docencia y decencia, da cátedra al respecto. Alberto (para envidia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos)enseña que cuando no se anda indagando qué hacen los gobiernos, los abusos del Estado cesan.

Para muestra, el botón del chavismo. “El problema de los derechos humanos en Venezuela va desapareciendo”, ha dicho esta semana nuestro jefe de Estado. Claro que contra tanta claridad de estadista se oponen voces desestabilizantes dentro de la propia América del Sur, como la dos veces ex presidenta de Chile, Michelle Bachelet, que desde el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos denuncia que hubo 8.000 desaparecidos en el último año en la República Bolivariana. Pero ya lo dijo Alain Touraine de paso por la Argentina en 2003: hay dos tipos de izquierda en América Latina. Una es la que se encuentra dentro de la realidad. No dijo cuál era la otra, pero se puede ir a buscar la respuesta dentro del poder político argentino…

Justamente, el kirchnerismo quiere importar como política de gobierno para la Argentina lo que ya estableció como doctrina para las relaciones internacionales. Antes, durante el Gobierno de Cristina, con la firma de un Memorándum de Entendimiento con Irán: el acuerdo se celebró en secreto, justamente, parar terminar con esa falacia de que el pueblo tiene que saber de qué se trató ese atentado contra la Argentina a través de la voladura de la AMIA, que segó la vida de 85 compatriotas. ¿Por qué la diplomacia tiene que ser pública? ¿Porqué así lo propuso un presidente de EEUU, Wodrow Wilson, al final de la Primera Guerra Mundial? Cipayos todos los que comulguen con esa idea del imperialismo...

Ahora, para todos los que rezongan de que en este país no hay continuidad en las políticas públicas, Allberto se mantiene en la misma línea: nadie puede saber por qué el Gobierno dejó pasar un acuerdo con Pfizer por 14 millones de vacunas contra la covid-19. Y en la Casa Rosada nadie lo explica.

Surge así que el problema no es qué hace el gobierno: el drama es que un sector de la ciudadanía, históricamente equivocado, anda preguntando qué pasa en el Estado. En 2020, cuando nadie se acordaba de Formosa, esa provincia era un modelo de gestión de la pandemia. Bastó que este año se conociera que tenían montadas una suerte de cárceles para contagiados para que la prensa fuese a preguntar de qué se trataba. ¿Resultado? Ahora de golpe aparecieron 12.000 contagiados. Es decir, la transparencia enferma. Y el periodismo infecta.

Requisitos alimentarios de la revolución

Hay, obviamente, profundas razones filosóficas en el proceder oficialista. Antes de que en el virreinato se anduvieran haciendo los revolucionarios, Jeremías Bentham fundó las raíces del utilitarismo, postulando la felicidad para el mayor número de personas como el criterio para juzgar las acciones como buenas o malas. Y el oficialismo se revela empedernidamente utilitarista. Donde los gorilas ven un Gobierno que quiere a los ciudadanos encerrados, hay una gestión que trabaja para evitar a los consumidores el disgusto de salir a hacer compras en un contexto de inflación. Cuando los destituyentes hablan de una administración que les baja las persianas a las PyME, las autoridades actúan con la convicción de que un negocio que no abre es un precio que no sube. Donde los apátridas denuncian maniobras para suspender las PASO hay, en realidad, una preocupación oficial por evitar al votante la angustia de elegir una lista y descartar otras.

De la misma manera, hay un punto en el cual Alberto es irreductible: podrán cerrar escuelas y destinos turísticos, pero nunca el fútbol. Podrán quitarnos la libertad, pero nunca la sonrisa…

Nótese que, en menos de dos años de didáctica de poder, el Gobierno enseña a todos, todas y todes que los derechos no son tan complicados. Sólo habría que distinguir dos clases. Los derechos de segundo orden son los que le dan alegría al pueblo. La Nación obra en consecuencia. En el marco de este paradigma, ya no se gobierna para encontrar soluciones estructurales sino para hallar a los culpables de la tristeza nacional y popular. Por ejemplo, los culpables de la amargura por la suba de precios son los sectores ganaderos que exportan carne. No importa que esos cortes no sean los que se consiguen en las carnicerías. Lo sustancial es comprender que donde hay una parrilla se gesta un derecho...

Ni hablar de los panaderos, cuyo lobby es tan antiguo que lograron que su mercancía figure en el Padre Nuestro de la cristiandad. Así que todo el mundo reclama el pan nuestro de cada día. La harina es el opio de los pueblos. El buen revolucionario es celíaco. Y vegetariano.

Justamente por eso, la oligarquía agazapada ha disparado los precios de las frutas y de las hortalizas para hambrear a quienes quieren una Argentina mejor: un país en serio. Digamos todo, compañeros: los verduleros están enceguecidos por la puja distributiva de la renta.

Hay que dejar de comer amagues

Sobran, pues, los enemigos del pueblo dispuestos a sabotear toda alegría nacional y popular. Esta semana operaron para arruinar la dicha del programa de créditos “Casa propia”. Los nietos del orden conservador que hacía trampa durante la “Década Infame” perpetraron ahora un fraude informático: inscribieron al ex vicepresidente Boudou, injustamente condenado a cinco años de prisión por nacionalizar -previa escala en testaferros- la ex Ciccone: su sueño de una imprenta de billetes “nac&pop”. Y resulta que el querido Amado salió sorteado.

De ser genuino, hubiera sido un acto de justicia, para que él pueda edificar algo en el médano. Pero resulta que él no se postuló. Fue víctima del viejo truco de que alguien se hizo pasar por él, conociendo todos sus datos y contando con un DNI “mellizo”, y lo anotó. ¿A cuántos de nosotros no nos hicieron la broma de mandarnos una pizza que no habíamos pedido o de gestionarnos un crédito hipotecario del Estado a tasa cero y con 30 años de financiación? La prueba más fehaciente de que no fue él quien se anotó es que siempre fue algo despistado. Una vez se equivocó al anotar el domicilio y no le llegaban las multas. Y vivió convencido de que se conducía sin infringir una sola norma. Lo cual explica tantas cosas…

Ahora bien, así como muchos se “comieron el amague” (como decimos en la cancha) con el ex guitarrista de La Mancha de Rolando, ¿cuántos más se tragaron el anzuelo de que Raúl Zaffaroni es garantista? Los siguen desinformando como en 1810. Él mismo ratificó por estos días que es un punitivista convencido. Tanto es así que sostiene que a los miembros de la Corte de la Nación podría caberles la imputación de homicidio doloso por haber ratificado que la Ciudad de Buenos Aires es autónoma y que podía mantener las clases presenciales en abril.

Si Zaffaroni, que antes advirtió que la reincidencia en un delito penal no debe ser un agravante de la pena, plantea ahora que reabrir las escuelas es aberrante, ¿qué está trasuntando? Que ir a clases no le alegraba a nadie. Y todo atentado contra la alegría es imperdonable.

Esa es la nueva legalidad. Y debería ser la única. Por eso, lo criminal es que haya tanto fiscal y tanto juez que mantienen procesos contra ex funcionarios que tanta felicidad han traído. Los que acusan de corrupción sólo corrompen la algarabía popular. Por eso necesitamos, también, nuevos derechos de primer orden. A saber: todos los que Ella necesite.

Hay que forjar esos derechos incluso en medio de esta pandemia en la que no hay vacunas para todos, pero sí para los risueños “K”. Porque ya está visto que el Estado no te salva, pero cómo nos divierte…

Así que el martes, a preguntar menos y a festejar más el Día de la Matria…